Hace ya meses que terminamos un informe encargado por la
Asociación Museo de la Minería del País Vasco. Una asociación de ideas me ha llevado a considerar a este grupo de activistas del patrimonio, a los que conocemos desde hace muchos años, como combatientes en el escenario de la guerra cultural que sin declaración formal se está librando en la actualidad.
La asociación nos pidió elaborar un estado de la cuestión en relación con la patrimonialización de escenarios bélicos y de retratar un panorama de formas de intervención cultural posible en estos lugares. Bien, en un próximo post describiremos algo más las características de ese informe, ahora sólo nos detendremos a preguntarnos por qué un grupo de antiguos mineros están tan interesados en conocer un tema tan ajeno a la cultura minera e industrial que, en principio, es el tema histórico patrimonial del que se ocupan desde la asociación.
La minería del hierro parte significativa de la historia de Bizkaia, fue clave, desde mediados del siglo XIX, en la expansión del capitalismo en el País Vasco, motor de la modernización social vasca y, por ende, de la del resto del país. El tema minero es, de por sí, extenso, como lo son las colecciones atesoradas por la asociación, entonces, ¿de dónde proviene el interés por lo bélico que, a primera vista, no parece cercano al catálogo de un museo de corte industrial?
Si nos detenemos a considerar la naturaleza del convocante y el porqué del encargo, nos damos cuenta de que el motivo por el que necesitan el informe está muy cercano, geográficamente. Las batallas de Somorrostro tuvieron lugar en 1874 ente el bando liberal y el cartista que asediaba Bilbao durante la segunda guerra carlista en el valle de Somorrostro colindante con la zona minera vizcaína en la que el museo se asienta. Esta batalla se interpreta históricamente como un hito decisivo en la implantación de la modernidad de nuestro país (el control bélico de Bilbao como garante financiero de los contendientes, uso del ferrocarril para el movimiento de tropas, paso de las pistolas de pedernal a los revólveres,…). La cuestión es que, desde hace años, existe un grupo de personas y de asociaciones culturales interesados en la recreación y en el conocimiento de esa batalla. Un fenómeno que podemos etiquetar perfectamente como “historia pública”.

Alrededor de la batalla de Somorrostro convergen estudios históricos e innovadoras prospecciones arqueológicas del campo de batalla, realizadas por profesionales. Existen también instituciones locales que organizan y promueven exposiciones y otras formas de divulgación del evento histórico como una app. (ver HISTORIA PÚBLICA, PATRIMONIO DEL CONFLICTO Y MUSEOS her&mus 21, año 2020
)
El campo de batalla está muy remozado (el valle de Somorrostro un entorno muy poblado ocupado por una gran petroquímica), si bien persisten hitos en el paisaje que remiten a escenarios y escaramuzas descritas por periodistas y literatos (La tercera guerra carlista es una de las primeras guerras fotografiadas). El más relevante de estos enclaves, el entorno de las ruinas de la iglesia de San Pedro, va a desaparecer tapado por la construcción de una carretera. La asociación considera que no se están teniendo en cuenta los valores culturales y pone en cuestión la finalidad de las inversiones públicas, piensa que se está tomando la decisión de destruir vestigios sin someterlo a debate ciudadano y sin tener en cuenta cuestiones de patrimonio cultural, afirma que existe un conflicto de intereses, un problema de valor entre el uso de un espacio público y lo que representa su conversión en carretera, con las subsiguientes inversiones en obras y en mantenimiento. La asociación quiere entonces presentar batalla.
Esto nos lleva a otro punto de cercanía entre la asociación de mineros y las batallas bélicas: el combate por Somorrostro está dentro de su vocación activista, de su concepto de combate por el patrimonio. La asociación funciona como un grupo activista militante que se compromete con las temáticas que defiende y se moviliza ante acciones decisivas de las administraciones públicas o de organismos interesados que tienen una visión unidireccional de los bienes que gestionan.
La Asociación Museo de la Minería del País Vasco nació a mediados de los años 80, recogiendo y preservando objetos mineros para reivindicarse como un grupo nacido en el duro entorno de la minería, una actividad extractiva destinada a desaparecer, pero que no quiere olvidar algunos de sus frutos. Desde su plataforma asociativa, se oponen a proyectos de entes que solo miran el entorno minero como un espacio degradado que hay que ocultar. Los activistas del Museo de la Minería nos recuerdan que provienen de una cultura de autoorganización que durante décadas presionó y empujó porque tenía claro que otra realidad era posible. Estos combates por el patrimonio incorporan una tradición de sociabilidad y de autogestión y una visión crítica frente a fuerzas poderosas.

En esta guerra por el relato de lo que hemos sido y, sobre todo, de lo que queremos ser, los escenarios de las batallas son muy diversos y el patrimonio cultural se encuentra entre ellos. Ojalá que continúen habiendo siempre personas combatientes, concienciadas y activas.
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